Instituto de Investigaciones Psicológicas . Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires

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Miércoles 11 de Septiembre -


Presentación.

Bienvenidos todos,

Voy a presentarles al Dr. Néstor Luis Cordero, que hoy nos
hace el honor de estar con nosotros para hablarnos sobre “El carácter
particular del texto filosófico griego”.
El Dr. Cordero está radicado en Francia desde 1979, es
egresado de la UBA y se doctoró en Filosofía y Letras en 1973. En Francia
obtuvo dos doctorados en la Sorbona, Universidad de Paris IV.
Es actualmente Profesor Emérito de la Universidad de Rennes
1 y durante varios años fue responsable de un seminario en la Sorbona como profesor
invitado. También colabora regularmente con el Istituto Italiano per gli Studi
Filosofici de Nápoles.
El Dr. Cordero se ha especializado en filosofía griega,
especialmente en la tradición manuscrita de los textos originales.
Es autor de más de cuarenta artículos en su especialidad y
de la traducción al español y al francés de El Sofista, de Platón.
Es autor de tres libros sobre Parménides:
-“Les deux chemins de Parménide” (Paris, Vrin, 1984; 2ª ed.
1997),
-“By being, it is. The thesis of Parmenides” (Parmenides
Publishing, Las Vegas, 2004) (trad.esp.: “Siendo, se es”. Biblos, Buenos Aires,
2006) y
-“Parmenide scienziato?” (Akademia Verlag, Sank Augustin,
2008). La invención de la filosofía
Hay que mencionar también que en enero de 2009 fue declarado
Primer Ciudadano Honorario de Elea/Velia.
Para recibirlo en nuestra investigación quiero hacer una
reflexión sobre la significación que pueden tener la filosofía y el filosofar
en un contexto de trabajo sobre el psicoanálisis.
Sabemos entre nosotros que en los escritos de psicoanálisis
que consideramos fundamentales, la interlocución con la filosofía es
permanente. También sabemos que el psicoanálisis no es ni una ciencia ni una
filosofía.
Pero sí es una disciplina de razón. Procuramos que lo sea,
aunque nos resulta claro que no se puede decir que todo lo que lleva el nombre
de psicoanálisis sea de razón.
De todas maneras, es porque nos planteamos operar en el
campo de la razón que nos empeñamos en dar razón de lo que hacemos, y es en
base a esto que tenemos la pretensión que puede sonar un tanto soberbia de que
se nos deje sentarnos en la mesa junto a la filosofía, la lógica, las
matemáticas y las ciencias, que sí están en la mesa de la razón.
Pero tenemos problemas con esta pretensión. No me refiero a
los problemas que los científicos, los lógicos o los filósofos tienen con el
psicoanálisis. Nosotros tenemos problemas.
No me puedo extender, por lo que voy a decir algo muy breve.
Voy a hacer una comparación.
Entre otros muchos problemas que tenemos pienso que está el
hecho, se puede constatar, que el psicoanálisis, en poco más de un siglo de
existencia, se ha extendido sobre el planeta de manera tal que hoy hay muchos
pero muchos más psicoanalistas que filósofos.
¿Cómo puede ser esto? La filosofía viene elaborándose desde
hace dos milenios y medio pero no logra y nunca logró semejante suceso. Sin
embargo, es más fácil imaginar que en cien años el psicoanálisis deje de
existir, no así la filosofía.
Y esta es mi reflexión: si el psicoanálisis ha sido digerido
tan ampliamente, tan por encima de lo que es digerida la filosofía, tal vez no
sea precisamente porque se afirma sólidamente sobre la razón. Tal vez esta eficacia, que es un tipo muy particular
de eficacia discursiva, sea mucho más parecida a la del político que a la del
filósofo.
Es que tal vez al psicoanalista, como al político, puede
serle más útil pensar con estupidez que con inteligencia. Pueden entonces
cabernos las observaciones, tan de fondo, que hace Erasmo en su “Elogio de la
estupidez” sobre el arte de gobernar.
No es el caso de los filósofos, ya que si de algo la
filosofía tiene que prescindir para sostenerse, y desde su nacimiento, es de
todo aquello que supedite el rigor de la razón al propósito de convencer, o a
requerimientos de difusión o de aceptación en la polis. Es lo más radical que
tiene la lección de la Apología de Sócrates.
Y aquí estamos, cuando los psicoanalistas tenemos alguna
consciencia de estos problemas, algunas preocupaciones al respecto, es que nos
volcamos muy ávidamente a escuchar a los filósofos.
Le doy entonces la palabra a Néstor Cordero agradeciéndole
el privilegio de que nos hace objeto viniendo a hablarnos.
Dr. Raúl Courel
Director del Proyecto


Exposición del Dr. Cordero

En este trabajo tengo la intención de ocuparme del carácter
particular, específico, que tiene un texto filosófico de la antigüedad, un
texto escrito por un filósofo griego, y, a partir de esta hipótesis pienso
deducir una suerte de moraleja, como en las fábulas de La Fontaine.
Comienzo con un ejemplo superficial, banal: cuando compramos
un aparato electrodoméstico, antes de usarlo, debemos leer el folleto
explicativo que nos dice cómo funciona. Exactamente lo mismo ocurre con un
texto filosófico griego de la antigüedad. La hipótesis que me propongo
demostrar es la siguiente: un texto filosófico griego, antiguo, tiene un
carácter propio, diferente de los textos filosóficos posteriores, pero para
captar esa diferencia, hay que saber utilizarlo, como el electrodoméstico. Y la
moraleja, inesperada, que se deduce de esta hipótesis es la siguiente: si
conseguimos utilizarlo como se debe, un texto filosófico antiguo nos muestra
que la llamada "filosofía antigua" es sorprendentemente actual,
contemporánea.
Veamos concretamente nuestro tema. Cuando un filósofo, en
general, ya no sólo de la antigüedad, encuentra, descubre o inventa cierta
manera de observar la realidad, pretende comunicar, hacer público este
hallazgo, y para ello puede dar cursos, conferencias o escribir textos, libros.
Pocos son los filósofos que decidieron voluntariamente no escribir, y esto
ocurrió casi exclusivamente en la antigüedad. Son conocidos los casos de
Pitágoras, Sócrates, Epicteto, Pirrón y seguramente habrá algunos otros. Pero
en general los filósofos han escrito textos, y en estos últimos años, además de
los textos, recurren a otros "soportes", videos, CD, etc. Los
filósofos llevan a cabo esta actividad desde hace 26 siglos, desde que
Anaximandro escribió un tratadito -y sabemos que escribió porque nos quedan
milagrosamente cinco líneas de su libro; no se sabe en cambio si Tales, su
maestro, escribió o no- acontecimiento que se puede ubicar allá por 570 a.C, y
eso hasta hoy, hasta el filósofo X, y les dejo la libertad de proponer el
ejemplo.
Evidentemente, los textos escritos durante estos veintisiete
siglos son diferentes, incluso los que pertenecen a la misma época. Hay, en
primer lugar, una diferencia obvia: hay textos que fueron escritos antes de
mediados del siglo XV, grosso modo, 1450, y otros después, y la diferencia
obvia es la siguiente: al primer grupo pertenecen textos que no sólo se
escribieron a mano, lo cual pudo seguir ocurriendo después, sino que se
"publicaron", se divulgaron también a mano; y al segundo grupo
pertenecen textos que se escribieron también a mano y luego a máquina, pero que
de divulgaron en versiones impresas. Pero esta diferencia obvia parece no ser
significativa porque hoy leemos todo en versiones impresas, que ocultan lo que
podríamos llamar la "biografía" de cada texto, es decir, las etapas
que precedieron a su impresión.
Dos palabras, apenas. Desde que se utiliza la imprenta, el
autor puede escribir su texto a mano, a máquina, en computadora, y luego ese
texto se imprime, se edita y se publicita. El autor puede controlar esa primera
versión. Antes de la invención de la imprenta, la también el autor escribe el
texto, pero ésta vez sólo a mano, y las copias sucesivas que se hacen del mismo
son también manuscritas, y ada asegura que respeten 100% el original. Cuando llega
el momento de imprimir este texto, el editor se encuentra con varios
manuscritos de un mismo texto, debe elegir los mejores, pero el autor ya no
está presente para controlar esta primera edición. O sea que una diferencia ya
esencial entre un texto "moderno" y un texto de la época que nos va
interesar es la necesidad de contar, en los textos antiguos, con una serie de
intermediarios que han impedido que se perdiera, colaboradores que el autor no
eligió, pero sin los cuales el texto no existiría. La semejanza que hay en el
estante de una biblioteca entre el Fedón
de Platón y Ser y tiempo de Heidegger oculta la pre-historia de ambos
textos, que es esencialmente diferente. Nuestro análisis se reducirá a los
textos filosóficos griegos (o sea que dejaremos de lado a poetas, autores
trágicos, historiadores, cuyas obras compartieron la "biografía" que
acabamos de resumir). y nos detendremos un poco arbitriamente en Plotino
(mediados del siglo III de nuestra era).
Y bien, ha llegado el momento de entrar en tema y para ello
no puedo evitar comenzar con una introducción. Como sabemos, esta historia
comenzó en ciudades griegas a fines del siglo VII a.C. Los primeros textos
filosóficos fueron escritos en griego, y
el griego fue la lengua filosófica por excelencia durante seis siglos. Recién
pocos años antes de nuestra era, primero Lucrecio y luego Cicerón comenzaron a
filosofar, ergo, a escribir, en latín, pero el griego subsistió como lengua
filosófica fundamental hasta fines de la antigüedad al punto de que un emperador
romano, Marco Aurelio, escribía en griego sus textos filosóficos.
También es sabido que la civilización griega fue una de las
últimas, sino la última, en la antigüedad, en adoptar la escritura. En tiempos
remotos, durante los períodos minoico y micénico, es decir; entre 2700 y 1100,
los griegos habían utilizado una escritura silábica, útil para llevar registros
e inventarios de la vida palaciega, pero incapaz de construir frases, y esta
escritura se extinguió ya en el siglo XII. Recién a mediados del siglo IX,
alrededor de 850, los griegos adoptan y adaptan signos de la escritura fenicia
y le agregan vocales. Es a partir de entonces que se puede hablar de un
alfabeto griego, alfabeto que, caso único hasta entonces, reproducía todos los
sonidos del habla.
Es en ese momento en que se ponen por escrito la Ilíada y la
Odisea, que existían desde hacía casi cinco siglos en forma oral, y que se
ponen por escrito leyes y constituciones. Y dos siglos después, a fines del
siglo VII, como dije, ciertos sabios, matemáticos, músicos, astrónomos, siempre en ciudades
griegas de Asia Menor, empiezan a interesarse en problemas que van más allá de
los que cada uno trataba en su disciplina. Y poco a poco a esa gente se los
llamó filósofos.
Estos primeros filósofos escribieron ya textos, pero la
mayoría se perdió. No obstante, a partir de lo que se ha podido recuperar, y
del eco que estos textos perdidos tuvieron en filósofos posteriores, mejor
respetados por los avatares de la historia, nos podemos hacer una idea de la significación
que tenía por entonces un texto
filosófico, es decir, qué pretendía un filósofo cuando decidía exponer por
escrito sus ideas. Y, siempre dentro de esta introducción, debo hacer ahora un
paréntesis, paréntesis amplio, pero necesario.
No es cuestión de definir la filosofía, ya que ello sería
pretencioso e inútil. Pretencioso, porque desde hace más de veinte siglos los
filósofos mismos intentan definir la filosofía y no se ponen de acuerdo; e
inútil porque, aunque encontremos una buena definición, ¿con qué derecho la
aplicaríamos a los filósofos del pasado que, precisamente, estaban
"inventando" la filosofía? Por ello, a falta de una definición,
podemos proponer una descripción de la actividad que desarrollaban, y, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar
que todos ellos, que eran ya científicos o técnicos reconocidos, se dedicaron a
observar la realidad, todo, desde una perspectiva diferente de aquella que cada
uno ponía en práctica en su disciplina respectiva. Las cosas, en vez de ser observadas
como astros, números, piedras o seres humanos, empiezan a ser consideradas
"seres", cosas, sí, pero existentes, entes, cuya existencia hay que
justificar, fundamentalmente porque estos sabios viven en una civilización que
no concibe la idea de creación ni de dioses creadores. Y las respuestas, explicaciones, para estas
incógnitas, comienzan a aparecer.
Todas las respuestas son diferentes, diversas, pero los
problemas a los que tratan de responder son los mismos: qué son las cosas,
todo, por qué hay un ritmo cósmico que se conserva, qué es lo que define a una
cosa, sus elementos o su función, etc. El objeto de estudios de estos sabios, y
que yo acabo de resumir abusivamente con
la palabra "todo", es eso que ellos llamaban physis. ¿Qué es la physis?.
La physis es la totalidad de las cosas, y de ahí que en general el
término se traduzca por "naturaleza". Hoy diríamos que muchas de
estas cuestiones son estudiadas por la física, y ellos estarían de acuerdo, ya
que "física" deriva de physis, pero el sentido de physis en griego va
más allá de eso que hoy llamamos "fenómenos físicos", ya que también
los dioses, las emociones, los pensamientos forman parte de la physis. Pero si
ellos se interesaron en la physis en general es porque querían explicarse cuál
es el lugar que ocupa el ser humano, que es un micro-cosmos, en ese
macro-cosmos que es la realidad
Y bien, yo comencé por decir algunas palabras sobre la
lengua y la escritura griegas, y desde ya se ve que lo que caracteriza los
primeros pasos de la filosofía es la presencia omnipresente, abusiva, de
Grecia. Los primeros filósofos pensaban en griego, hablaban griego escribían en
griego y esto fue así, como vimos, hasta fines de la antigüedad. Esta suerte de
monopolio de Grecia marcó para siempre a la filosofía.
De todo lo dicho se deduce que el período de la filosofía
mal llamado "antiguo" es muy diferente de los otros períodos, como lo
serán también los textos filosóficos escritos por entonces. Esta etapa es
diferente porque es la etapa de la invención,
de la estructuración, de la filosofía. Después, muchas cosas cambiarán,
aparecen las religiones reveladas con sus textos sagrados y se piensa de otra
manera. Una libertad total para encarar los problemas fundamentales, esa
verdadera obsesión por la argumentación, por la discusión, el papel
preponderante del individuo, era inimaginable en otras civilizaciones, en ese
tiempo. Eso no quiere decir que la civilización griega haya sido superior a
otras; para nada. Fue diferente, y dadas ciertas condiciones histórico-económico-sociales
que sólo se dieron en ciudades griegas, a fines del siglo VII surge la
filosofía, producto cien por ciento griego.
Pero...por
qué esta manera griega de observar la realidad, el filosofar, resiste el paso
del tiempo y, como intentaré demostrar en mi "moraleja", es
inesperadamente actual, contemporánea? Yo acabo de hablar del
"filosofar", "filosofar" es una actividad. Evidentemente,
el filosofar se encuentra concretizado, objetivado, en textos que presentan la
filosofía de cada pensador. El filosofar de Platón se encuentra en "la
filosofía" de Platón. Y esta filosofía, la de Platón y la de otros, se
encuentra en los libros que escribieron, en textos filosóficos, lo cual es
válido hasta el día de hoy, y, como dijimos, también en los últimos años, en
que se recurre a veces a otros "soportes".
Y, una
vez, "fijadas" en un texto las ideas filosóficas de X, ellas están
ahí, para ser analizadas, compartidas, criticadas, etc., pero ellas ya son lo
que son, no cambian. Ya Platón había escrito en el Fedro que los libros
son como estatuas, uno les hace
preguntas y ellos no responden. Y es por eso que él inventó un género literario
que se acercaba lo más posible a un intercambio real entre las ideas, el
diálogo filosófico (digo "lo más posible" porque el diálogo es
también un texto escrito, también mudo, para utilizar la fórmula de Platón). La
ventaja del diálogo es que muestra, si bien a posteriori, cómo fueron surgiendo
las ideas, cómo de la discusión surgen las soluciones, cómo el carácter de los
personajes influye en el razonamiento etc. Pero el caso de Platón es
único.
Así y
todo, tanto la crítica de Platón, como la solución desesperada que él propone,
nos muestran que para un filósofo griego
el texto escrito debía cumplir una misión muy especial, que luego va a
diferenciarlo de los textos filosóficos escritos en otros períodos. Esta misión
es la siguiente: el texto tiene que ser utilizado como un instrumento, y como
todo instrumento, debemos saber utilizarlo. Es por eso que el libro filosófico
antiguo necesita eso que los franceses llaman llaman un "mode
d'emploi", de la cual nos ocuparemos dentro de unos instantes.
Demás
está decir que esta afirmación sólo se aplica a un texto filosófico griego, que
tiene su propia especificidad. Yo hago esta aclaración porque el libro
filosófico, con el paso del tiempo, paulatinamente, fue cambiando su
estructura. En primer lugar, se fueron transformando en objetos cada vez más
autónomos, objetos en sí, ya no instrumentos, que fueron encontrando en ellos
mismos su razón de ser, y el lector, que respecto de un texto antiguo era un
usuario y que debía convertirse en alguien que dialogaba con el autor, se fue
transformando en un personaje curioso, deseoso de saber qué decía Descartes,
Kant, Hegel, Heidegger o Derrida. Y como muy a menudo esos libros son difíciles
de leer, especialmente los post-modernos, el lector queda satisfecho cuando
consigue comprenderlos. Y su vida, la del lector, sigue su curso.
En cambio, un texto verdaderamente filosófico es aquel que
cambia la vida del lector, y esta situación ideal era el fin, el objetivo, el
desideratum del texto filosófico antiguo, textos breves, escritos con un
lenguaje comprensible, precisos, concisos, porque no pretendían ser un fin en
sí, sino un instrumento.
Me explico. Dijimos que el texto es un instrumento que debe
servir para algo, pero no dijimos para qué. Ahora, con la pequeña diferencia
que hemos introducido entre la filosofía y el filosofar, podemos responder que
el texto es un instrumento que incita a filosofar, que invita al lector a
filosofar. Ésta es la cuestión esencial: el texto invita al lector a compartir
el problema que el autor quiso resolver, a la incógnita que lo llevo a
filosofar. Hoy, veintisiete siglos después, si sabemos utilizar un texto
antiguo, podemos filosofar con su autor, pues seguramente sus problemas son los
nuestros, aunque las respuestas que ellos propusieron hayan sido diferentes. Y
si somos capaces de compartir esos problemas, de cuestionarnos y de
angustiarnos como ellos, se confirma la moraleja de nuestra hipótesis: el
filosofar de los filósofos de ese pasado remoto nos resultará extrañamente,
inesperadamente actual, como si el tiempo no hubiese transcurrido.
Vuelvo a retomar algo que ya dije. Vimos que en el universo
dentro del cual nace la filosofía no hay verdades reveladas, ni dioses
creadores, al menos para los filósofos, porque la creación "ex
nihilo" es inimaginable para ellos.
La nada no existe, punto, y por eso de la nada, nada sale, ni los
dioses. Y otro tanto ocurre con la conducta humana. No hay infierno ni paraíso.
Pero como el ser humano necesita certezas, "verdades", para poder
vivir, y ellas no son reveladas ni inspiradas, hay que buscarlas, y es así como
nace la filosofía, que sólo pudo ser inventada en ese universo que luego fue
llamado "pagano".
Y el primer paso del proceso que lleva a descubrir verdades
es el asombro, la sorpresa, la estupefacción, la curiosidad. No es un invento
mío: estoy citando a Platón, en el Teeteto, y a Aristóteles, en la Metafísica.
En una cultura que no pede siquiera imaginar la idea de creación, y que no
puede negar que haya cosas, es asombroso, maravilloso que haya una realidad en
vez de haber nada. Es asombroso que haya un
ritmo cósmico estable, que haya un ser, el ser humano, que es diferente
de otros entes, las cosas, que ni respiran ni se mueven. Quien encuentra que
todo esto es "normal", no será nunca filósofo; quien se asombra,
puede llegar a serlo.
El asombro conduce a detectar problemas ahí donde una mirada
ingenua, inocente, sólo ve algo banal y cotidiano. Quien se asombra no se
contenta con fotografiar la realidad; pretende ir más allá, desear radiografiar
la naturaleza para ver qué se oculta. No olvidemos que la palabra
"verdad", en griego, significa literalmente "des-ocultamientio",
"de-velamiento". La mirada
penetrante del filósofo pretende descubrir el fundamento de las cosas, ese
sentido oculto que hace que algo sea algo, eso que en griego se llama logos; el
logos de algo, en una de sus significaciones, es su fórmula, que permite
conocerlo, y como esa estructura no es evidente -ya Heráclito decía que a la
physis le gusta ocultarse-, hay que transformar el asombro en un problema a
resolver. Y estos problemas se concretizan en una serie de preguntas, qué es
esto, qué es aquéllo, por qué ocurre esto. Y cuando el filósofo encuentra una respuesta para estas preguntas,
escribe un texto.
Hemos llegado finalmente al texto, nuestro tema de hoy. Si
observamos el proceso que acabo de describir, vemos que el texto filosófico
aparece en una cuarta etapa en esta tarea de filosofar. Primero está el
asombro, especie de puntapié inicial del filosofar; luego viene el
descubrimiento de problemas, es decir, una etapa de problematicidad; luego, esos problemas se transforman en preguntas,
que sería una etapa de cuestionamiento; y finalmente se llega a las respuestas,
que se concretan en un texto. Ya se ve a simple vista que esta cuarta etapa es
diferente de las tres primeras., ya que ella concretiza, fija ideas, que fueron
en su origen emociones y sentimientos, y las concretiza en un objeto material,
en un papiro, pergamino o lo que fuere. Este objeto material, el texto, está condenado a quedar atrapado dentro de parámetros
espacio-temporales. El Fedón de Platón, por ejemplo, fue escrito en Atenas -o
sea en un lugar del espacio-, y, en el tiempo,
en el año tercero de la Olimpíada noventa y nueve (no podemos decir en
el año 399 antes de Cristo, por razones obvias). Ahí y entonces quedó fijado, y,
gracias al trabajo de centenares de copistas y de filólogos que lo fueron
restaurando, hoy lo leemos casi casi -con un poco de optimismo, con un noventa
y cinco por ciento de posibilidades- tal como quedó fijado en ese momento por
Platón.
Las tres etapas precedentes del filosofar, en cambio, el
asombro, los problemas y las preguntas, si bien fueron también encarnadas,
digamos, por seres humanos, en el caso del Fedón, por Platón, no quedaron
fijadas en el tiempo; hasta se puede decir que, en tanto estados de ánimo,
estuvieron fuera del tiempo; y por eso podemos compartirlas, miles de años
después. También hoy nos asombra y nos indigna que un individuo como Sócrates
no haya sido comprendido por sus conciudadanos. Y también hoy asistimos a
injusticias cósmicas similares.
Si utilizamos el texto filosófico como un trampolín que nos
permite descubrir el asombro que llevó autor a escribirlo, a ver los problemas
que él vio, seguramente compartiremos su estado de ánimo. Para esta suerte de
confraternidad entre dos espíritus (en nuestro caso, el del filósofo antiguo y
el del lector actual), los griegos inventaron la noción de
"simpatía", etimológicamente, el hecho de compartir el mismo pathos,
término éste que tanto Platón como Aristóteles utilizan para definir el
asombro, que es precisamente un estado de ánimo, un pathos.
Volvamos al carácter especial que tiene un texto filosófico
antiguo. Hago hincapié en la palabra "filosófico" porque este enfoque
no se aplica, evidentemente, a otros textos antiguos. Una poesía griega épica o
lírica, una tragedia, un tratado de medicina, son, como un texto actual,
autónomos, cuentan guerras o amores, la historia de personajes manipulados por
el destino, describen enfermedades o aconsejan regímenes a adoptar, como hoy.
Un texto filosófico, en cambio, no era ni es autónomo. Necesita un colaborador,
un usuario, alguien que lo utilice, que lo ponga en marcha, que le dé
vida. En este sentido, un texto
filosófico debe ser utilizado como un músico utiliza una partitura. En la
partitura, que es un objeto material, páginas con notas musicales, está la
música, pero está muda, silenciosa, en estado de latencia. La música deviene lo
que es, sonidos articulados, melodía, acordes, cuando un intérprete deviene
usuario de ese texto material y encarna la música, la hace vivir, y, a pesar del
tiempo transcurrido entre el autor, Vivaldi, Mozart, Brahms o Stravinsky, y
hoy, el intérprete y, con él, el público, vive/vivimos las mismas emociones que
el autor, y ya no somos los mismos después de haber compartido sus
sentimientos, sus amores, sus tristezas, sus alegrías.

De la misma manera, un texto filosófico deviene filosofía
cuando nos hace filosofar, cuando lo utilizamos como un despertador capaz de
sacudirnos de nuestra demasiado normal normalidad. Como el músico y su público
respecto del compositor, el lector del
texto filosófico comparte el asombro de su autor, los problemas que él quiso
resolver, y, si es capaz, hasta puede colaborar con él para encontrar nuevas
soluciones, ya que los problemas son los mismos, pero las respuestas son forzosamente
efímeras. No temo exagerar si digo que el lector puede sentirse incluso amigo o
compinche del filósofo, y no tengo dudas de que si se establece una relación de
amistad entre el lector y el autor, las posibilidades de comprender el
pensamiento del filósofo en cuestión aumentan considerablemente. Si no es así
un texto filosófico no sirve para nada, es sólo un texto muerto que, como decía
ya Platón, no dialoga con el lector.
El texto filosófico "antiguo" supone siempre un
diálogo con quien lo lee. En uno de los primeros testimonios de un texto
filosófico que han llegado gasta nosotros, el Poema de Parménides, encontramos
un diálogo entre una diosa y un joven estudiante, que quiere "saber".
El Poema es eminentemente didáctico y en
él, sin lugar a dudas, la diosa es una máscara de Parménides y el oyente una
personificación de un lector u oyente eventual. Y otro tanto ocurre con los dos poemas de
Empédocles, en los cuales el filósofo se
dirige a un tal Pausanias, aparentemente un discípulo. Los aforismos de
Heráclito, escritos en primera persona y con un estilo que ya los griegos de su
tiempo consideraban "oscuro", necesitan la colaboración de un oyente
o lector para esclarecerlos y en ese caso, como dirá siglos después Diógenes
Laercio, la pretendida oscuridad de Heráclito deviene luminosa.
Ya vimos que Platón hace lo posible por dar vida a sus
escritos, que tienen la forma de diálogos, y se sabe que en su juventud también
Aristóteles escribió diálogos, que lamentablemente se perdieron. Epicuro
presentaba resúmenes de su teoría en Cartas a sus discípulos (a Meneceo, a
Herodoto, etc.) y los filósofos cínicos provocaban a los ciudadanos corrientes
para invitarlos a dialogar sobre el extraño modo de vida que ellos llevaban.
El caso de los estoicos es ejemplar, ya que tanto el Manual
de Epicteto como los Pensamientos de Marco Aurelio son invitaciones a
filosofar. Pierre Hadot no dudó en calificarlos de "ejercicios
espirituales", o sea, una especie de gimnasia espiritual a partir de
textos escritos. El texto filosófico, como dice Marco Aurelio, es una ayuda
para saber a qué atenerse en cada circunstancia, y lo compara con el botiquín
que todo médico lleva consigo para casos de urgencia. Y finalmente Plotino, ya
a mediados del siglo III de nuestra era, escribió sus tratados, breves, como un
diálogo con un oyente eventual que le hace preguntas, a las cuáles él contesta.
Basta citar un pasaje de su tratado "Sobre lo bello" (I, 6):
"Cuando vosotros veis vuestra belleza interna, ¿en qué pensáis? ¿Qué es
ese deseo que sentís de entrar en vosotros
mismos y de estar fuera del cuerpo?". Esta estructura textual
desaparece luego y sólo se la encuentra esporádicamente en poetas místicos,
pero no en textos filosóficos.
Hace unos momentos hablamos de la simpatía que debe establecerse
entre el lector de un texto filosófico antiguo y el filósofo que lo escribió.
El filósofo francés Gilles Deleuze –yo me inspiro bastante en lo que él dijo-
afirmó que la mejor manera de comprender el sentido profundo de un texto
filosófico consiste en compartir el problema que el autor quiso resolver. ¿Es
posible? Sin duda dice Deleuze Y para demostrarlo utiliza una imagen admirable.
Dice que hay que acercarse al autor, al filósofo, como si se tratara de un
amigo que parece estar un tanto afligido, y porque es nuestro amigo, podemos
preguntarle: "Decíme, ¿cuál es tu problema, ¿Qué problema
tenés?". Una vez que él nos
confiese su problema, lo entenderemos mejor y hasta podemos ayudarlo a
solucionarlo. Con un texto filosófico debemos hacer lo mismo.
Deleuze no da ejemplos, pero podemos intentar aplicar su
receta a Platón. Y elijo Platón porque es un caso extremo, ya que conservamos
todo lo que escribió, y entonces parecería que la cuestión del problema que
quiso resolver parece superflua. Pero no es así; al contrario. Como se sabe
Platón escribió casi treinta diálogos y en ellos está "la filosofía"
de Platón. Sí, pero ¿cuál es el hilo conductor, el asombro que lo llevó a
escribir y el problema que quiso resolver? No es evidente. En todo caso, al leer
cada diálogo tenemos la sensación de que Platón está siempre descontento, ya
sea de la estructura social, ya sea de la manera de conocer, ya sea del tipo de
valores que sus contemporáneos privilegian. Platón se siente mal en el mundo de
entonces. En un dibujo clásico, Quino representa a Mafalda aferrada al globo
terráqueo, y, en un momento dado, le hace decir: "¡Paren el mundo, que me
quiero bajar!". Siempre pensé que Platón pudo haber escrito esa frase.
Y bien. Apliquemos la receta de Deleuze e imaginemos que
Platón está acá para preguntarle: "Decíme Platón, ¿cuál es tu
problema?". Y sin lugar a dudas Platón respondería: "Mi problema es
la muerte de Sócrates". Eureka, todo se aclara. Platón siempre se asombró
de que ciudadanos de la polis más próspera y culta persiguieran y condenaran en
toda legalidad a quien hubiese merecido el título de ciudadano ilustre. ¿Cuál
es el problema? El ciudadano de entonces está mal educado y no tiene ni idea de
los verdaderos valores, y es ello lo que llevo a Platón a encarar una tarea
titánica, ético-política, la creación de verdaderos valores, lo cual supone un
conocimiento riguroso, etc., todo eso que Uds. saben.
No hay dudas de que hoy hay injusticias cósmicas similares a
las que llevaron a Platón a filosofar, y, si somos capaces de seguir su
ejemplo, nuestro presente no es el futuro de un filósofo del pasado. En ese
caso hipotético viviremos, el viejo
filósofo y nosotros, en un mismo presente compartido.
Vuelvo a mi hipótesis. Lo que es actual es la actividad que
los primeros filósofos inventaron, una manera inédita de observar las cosas. Y,
como consecuencia de esta mirada, que tiene como punto de partida el asombro,
los problemas, etc., escribieron textos, libros. Y hoy llamamos
"filosofía" a lo que encontramos en esos libros, por ejemplo, en su
Poema, la filosofía de Parménides, en la Física o la Metafísica, la filosofía
de Aristóteles. Se trata, evidentemente, de obras monumentales, pero cuando yo
pretendo sostener que la filosofía mal
llamada antigua es actual, pienso en la invitación que encontramos en esos
textos a ponernos a filosofar, esta actividad que ellos, los griegos,
inventaron a partir de cero, y que, en el caso de Sócrates, lo llevó a preferir
la muerte a dejar de filosofar. Recordemos que para él vivir bien, como le hace
decir Platón en la Apología, es vivir filosofando (philosophounta zên)
Para comenzar a concluir este trabajo, repito que, cuando yo
extraigo como moraleja de la especificidad de un libro filosófico antiguo que
la filosofía de entonces es "actual", yo no hablo del carácter actual
de los textos filosóficos de entonces. Son textos esenciales, pero es difícil
vivir hoy en función de la teoría de las Formas de Platón, o según los consejos
de la Ética de Aristóteles. Estas obras nos hacen pensar, y eso está bien, pero
debemos utilizarlas como una llave que nos permita entrar en el asombro, en la
curiosidad, en la problematicidad que llevó a sus autores a escribirlas.
Y, ahora sí, para finalizar esta larga charla, me permitiré
agregar una consecuencia secundaria a mi moraleja. Todos sabemos que es
imposible definir la filosofía, ya lo dije al comienzo, y esto es así porque
para definir algo hay que circunscribirlo, encerrarlo en un círculo;
"definir" consiste en colocar una noción en el interior de límites,
"finis", en latín Y esto es imposible en el caso de la filosofía.
¿Por qué? Porque la filosofía se está haciendo en cada instante, y se hace
filosofando. Y esto es así porque -y yo espero que no me lanzarán objetos
pesados al escuchar esto que diré- esto es así porque hasta podríamos decir la
filosofía no existe, que existe el filosofar. Antonio Machado escribió, y
Serrat cantó: "caminante, no hay camino, se hace camino al andar".
Los filósofos hacen la filosofía filosofando. Y para que este ejemplo no se
extinga, tenemos los textos filosóficos que los filósofos griegos escribieron, que son una invitación, a seguir
filosofando, o sea, a seguir caminando...

Septiembre 2013

jueves, 26 de septiembre de 2013


 El carácter particular del texto filosófico griego”.

Conferencia del Prof. Dr. Néstor Cordero.

 

 

En el PROYECTO UBACYT:   EL PSICOANÁLISIS Y LA PSICOSIS SOCIAL.

Efectos del discurso psicoanalítico sobre la civilización occidental


 

 

Miércoles 11 de Septiembre

Instituto de Investigaciones - Facultad de Psicología  - Universidad De Buenos Aires

 

 

Presentación.

 

Bienvenidos todos,

 

Voy a presentarles al Dr. Néstor Luis Cordero, que hoy nos hace el honor de estar con nosotros para hablarnos sobre “El carácter particular del texto filosófico griego”.

El Dr. Cordero está radicado en Francia desde 1979, es egresado de la UBA y se doctoró en Filosofía y Letras en 1973. En Francia obtuvo dos doctorados en la Sorbona, Universidad de Paris IV.

Es actualmente Profesor Emérito de la Universidad de Rennes 1 y durante varios años fue responsable de un seminario en la Sorbona como profesor invitado. También colabora regularmente con el Istituto Italiano per gli Studi Filosofici de Nápoles.

El Dr. Cordero se ha especializado en filosofía griega, especialmente en la tradición manuscrita de los textos originales.

Es autor de más de cuarenta artículos en su especialidad y de la traducción al español y al francés de El Sofista, de Platón.

Es autor de tres libros sobre Parménides:


-“Les deux chemins de Parménide” (Paris, Vrin, 1984; 2ª ed. 1997),

-“By being, it is. The thesis of Parmenides” (Parmenides Publishing, Las Vegas, 2004) (trad.esp.: “Siendo, se es”. Biblos, Buenos Aires, 2006) y
-“Parmenide scienziato?” (Akademia Verlag, Sank Augustin, 2008). La invención de la filosofía

Hay que mencionar también que en enero de 2009 fue declarado Primer Ciudadano Honorario de Elea/Velia.

Para recibirlo en nuestra investigación quiero hacer una reflexión sobre la significación que pueden tener la filosofía y el filosofar en un contexto de trabajo sobre el psicoanálisis.

Sabemos entre nosotros que en los escritos de psicoanálisis que consideramos fundamentales, la interlocución con la filosofía es permanente. También sabemos que el psicoanálisis no es ni una ciencia ni una filosofía.

Pero sí es una disciplina de razón. Procuramos que lo sea, aunque nos resulta claro que no se puede decir que todo lo que lleva el nombre de psicoanálisis sea de razón.

De todas maneras, es porque nos planteamos operar en el campo de la razón que nos empeñamos en dar razón de lo que hacemos, y es en base a esto que tenemos la pretensión que puede sonar un tanto soberbia de que se nos deje sentarnos en la mesa junto a la filosofía, la lógica, las matemáticas y las ciencias, que sí están en la mesa de la razón.  

Pero tenemos problemas con esta pretensión. No me refiero a los problemas que los científicos, los lógicos o los filósofos tienen con el psicoanálisis. Nosotros tenemos problemas.

No me puedo extender, por lo que voy a decir algo muy breve. Voy a hacer una comparación.

Entre otros muchos problemas que tenemos pienso que está el hecho, se puede constatar, que el psicoanálisis, en poco más de un siglo de existencia, se ha extendido sobre el planeta de manera tal que hoy hay muchos pero muchos más psicoanalistas que filósofos.

¿Cómo puede ser esto? La filosofía viene elaborándose desde hace dos milenios y medio pero no logra y nunca logró semejante suceso. Sin embargo, es más fácil imaginar que en cien años el psicoanálisis deje de existir, no así la filosofía.

Y esta es mi reflexión: si el psicoanálisis ha sido digerido tan ampliamente, tan por encima de lo que es digerida la filosofía, tal vez no sea precisamente porque se afirma sólidamente sobre la razón.  Tal vez esta eficacia, que es un tipo muy particular de eficacia discursiva, sea mucho más parecida a la del político que a la del filósofo.

Es que tal vez al psicoanalista, como al político, puede serle más útil pensar con estupidez que con inteligencia. Pueden entonces cabernos las observaciones, tan de fondo, que hace Erasmo en su “Elogio de la estupidez” sobre el arte de gobernar.

No es el caso de los filósofos, ya que si de algo la filosofía tiene que prescindir para sostenerse, y desde su nacimiento, es de todo aquello que supedite el rigor de la razón al propósito de convencer, o a requerimientos de difusión o de aceptación en la polis. Es lo más radical que tiene la lección de la Apología de Sócrates.

Y aquí estamos, cuando los psicoanalistas tenemos alguna consciencia de estos problemas, algunas preocupaciones al respecto, es que nos volcamos muy ávidamente a escuchar a los filósofos.

Le doy entonces la palabra a Néstor Cordero agradeciéndole el privilegio de que nos hace objeto viniendo a hablarnos.

Dr. Raúl Courel

Director del Proyecto

 

 

 

Exposición del Dr. Cordero

 

En este trabajo tengo la intención de ocuparme del carácter particular, específico, que tiene un texto filosófico de la antigüedad, un texto escrito por un filósofo griego, y, a partir de esta hipótesis pienso deducir una suerte de moraleja, como en las fábulas de La Fontaine.

Comienzo con un ejemplo superficial, banal: cuando compramos un aparato electrodoméstico, antes de usarlo, debemos leer el folleto explicativo que nos dice cómo funciona. Exactamente lo mismo ocurre con un texto filosófico griego de la antigüedad. La hipótesis que me propongo demostrar es la siguiente: un texto filosófico griego, antiguo, tiene un carácter propio, diferente de los textos filosóficos posteriores, pero para captar esa diferencia, hay que saber utilizarlo, como el electrodoméstico. Y la moraleja, inesperada, que se deduce de esta hipótesis es la siguiente: si conseguimos utilizarlo como se debe, un texto filosófico antiguo nos muestra que la llamada "filosofía antigua" es sorprendentemente actual, contemporánea.

Veamos concretamente nuestro tema. Cuando un filósofo, en general, ya no sólo de la antigüedad, encuentra, descubre o inventa cierta manera de observar la realidad, pretende comunicar, hacer público este hallazgo, y para ello puede dar cursos, conferencias o escribir textos, libros. Pocos son los filósofos que decidieron voluntariamente no escribir, y esto ocurrió casi exclusivamente en la antigüedad. Son conocidos los casos de Pitágoras, Sócrates, Epicteto, Pirrón y seguramente habrá algunos otros. Pero en general los filósofos han escrito textos, y en estos últimos años, además de los textos, recurren a otros "soportes", videos, CD, etc. Los filósofos llevan a cabo esta actividad desde hace 26 siglos, desde que Anaximandro escribió un tratadito -y sabemos que escribió porque nos quedan milagrosamente cinco líneas de su libro; no se sabe en cambio si Tales, su maestro, escribió o no- acontecimiento que se puede ubicar allá por 570 a.C, y eso hasta hoy, hasta el filósofo X, y les dejo la libertad de proponer el ejemplo.

Evidentemente, los textos escritos durante estos veintisiete siglos son diferentes, incluso los que pertenecen a la misma época. Hay, en primer lugar, una diferencia obvia: hay textos que fueron escritos antes de mediados del siglo XV, grosso modo, 1450, y otros después, y la diferencia obvia es la siguiente: al primer grupo pertenecen textos que no sólo se escribieron a mano, lo cual pudo seguir ocurriendo después, sino que se "publicaron", se divulgaron también a mano; y al segundo grupo pertenecen textos que se escribieron también a mano y luego a máquina, pero que de divulgaron en versiones impresas. Pero esta diferencia obvia parece no ser significativa porque hoy leemos todo en versiones impresas, que ocultan lo que podríamos llamar la "biografía" de cada texto, es decir, las etapas que precedieron a su impresión.

Dos palabras, apenas. Desde que se utiliza la imprenta, el autor puede escribir su texto a mano, a máquina, en computadora, y luego ese texto se imprime, se edita y se publicita. El autor puede controlar esa primera versión. Antes de la invención de la imprenta, la también el autor escribe el texto, pero ésta vez sólo a mano, y las copias sucesivas que se hacen del mismo son también manuscritas, y ada asegura que respeten 100% el original. Cuando llega el momento de imprimir este texto, el editor se encuentra con varios manuscritos de un mismo texto, debe elegir los mejores, pero el autor ya no está presente para controlar esta primera edición. O sea que una diferencia ya esencial entre un texto "moderno" y un texto de la época que nos va interesar es la necesidad de contar, en los textos antiguos, con una serie de intermediarios que han impedido que se perdiera, colaboradores que el autor no eligió, pero sin los cuales el texto no existiría. La semejanza que hay en el estante de una biblioteca entre el Fedón  de Platón y Ser y tiempo de Heidegger oculta la pre-historia de ambos textos, que es esencialmente diferente. Nuestro análisis se reducirá a los textos filosóficos griegos (o sea que dejaremos de lado a poetas, autores trágicos, historiadores, cuyas obras compartieron la "biografía" que acabamos de resumir). y nos detendremos un poco arbitriamente en Plotino (mediados del siglo III de nuestra era).

Y bien, ha llegado el momento de entrar en tema y para ello no puedo evitar comenzar con una introducción. Como sabemos, esta historia comenzó en ciudades griegas a fines del siglo VII a.C. Los primeros textos filosóficos  fueron escritos en griego, y el griego fue la lengua filosófica por excelencia durante seis siglos. Recién pocos años antes de nuestra era, primero Lucrecio y luego Cicerón comenzaron a filosofar, ergo, a escribir, en latín, pero el griego subsistió como lengua filosófica fundamental hasta fines de la antigüedad al punto de que un emperador romano, Marco Aurelio, escribía en griego sus textos filosóficos.

También es sabido que la civilización griega fue una de las últimas, sino la última, en la antigüedad, en adoptar la escritura. En tiempos remotos, durante los períodos minoico y micénico, es decir; entre 2700 y 1100, los griegos habían utilizado una escritura silábica, útil para llevar registros e inventarios de la vida palaciega, pero incapaz de construir frases, y esta escritura se extinguió ya en el siglo XII. Recién a mediados del siglo IX, alrededor de 850, los griegos adoptan y adaptan signos de la escritura fenicia y le agregan vocales. Es a partir de entonces que se puede hablar de un alfabeto griego, alfabeto que, caso único hasta entonces, reproducía todos los sonidos del habla.

Es en ese momento en que se ponen por escrito la Ilíada y la Odisea, que existían desde hacía casi cinco siglos en forma oral, y que se ponen por escrito leyes y constituciones. Y dos siglos después, a fines del siglo VII, como dije, ciertos sabios, matemáticos,  músicos, astrónomos, siempre en ciudades griegas de Asia Menor, empiezan a interesarse en problemas que van más allá de los que cada uno trataba en su disciplina. Y poco a poco a esa gente se los llamó filósofos.

Estos primeros filósofos escribieron ya textos, pero la mayoría se perdió. No obstante, a partir de lo que se ha podido recuperar, y del eco que estos textos perdidos tuvieron en filósofos posteriores, mejor respetados por los avatares de la historia, nos podemos hacer una idea de la significación que tenía por entonces un  texto filosófico, es decir, qué pretendía un filósofo cuando decidía exponer por escrito sus ideas. Y, siempre dentro de esta introducción, debo hacer ahora un paréntesis, paréntesis amplio, pero necesario.

No es cuestión de definir la filosofía, ya que ello sería pretencioso e inútil. Pretencioso, porque desde hace más de veinte siglos los filósofos mismos intentan definir la filosofía y no se ponen de acuerdo; e inútil porque, aunque encontremos una buena definición, ¿con qué derecho la aplicaríamos a los filósofos del pasado que, precisamente, estaban "inventando" la filosofía? Por ello, a falta de una definición, podemos proponer una descripción de la actividad que desarrollaban,  y, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que todos ellos, que eran ya científicos o técnicos reconocidos, se dedicaron a observar la realidad, todo, desde una perspectiva diferente de aquella que cada uno ponía en práctica en su disciplina respectiva. Las cosas, en vez de ser observadas como astros, números, piedras o seres humanos, empiezan a ser consideradas "seres", cosas, sí, pero existentes, entes, cuya existencia hay que justificar, fundamentalmente porque estos sabios viven en una civilización que no concibe la idea de creación ni de dioses creadores.  Y las respuestas, explicaciones, para estas incógnitas, comienzan a aparecer.  

Todas las respuestas son diferentes, diversas, pero los problemas a los que tratan de responder son los mismos: qué son las cosas, todo, por qué hay un ritmo cósmico que se conserva, qué es lo que define a una cosa, sus elementos o su función, etc. El objeto de estudios de estos sabios, y que yo  acabo de resumir abusivamente con la palabra "todo", es eso que ellos llamaban physis. ¿Qué es la  physis?.  La physis es la totalidad de las cosas, y de ahí que en general el término se traduzca por "naturaleza". Hoy diríamos que muchas de estas cuestiones son estudiadas por la física, y ellos estarían de acuerdo, ya que "física" deriva de physis, pero el sentido de physis en griego va más allá de eso que hoy llamamos "fenómenos físicos", ya que también los dioses, las emociones, los pensamientos forman parte de la physis. Pero si ellos se interesaron en la physis en general es porque querían explicarse cuál es el lugar que ocupa el ser humano, que es un micro-cosmos, en ese macro-cosmos que es la realidad

Y bien, yo comencé por decir algunas palabras sobre la lengua y la escritura griegas, y desde ya se ve que lo que caracteriza los primeros pasos de la filosofía es la presencia omnipresente, abusiva, de Grecia. Los primeros filósofos pensaban en griego, hablaban griego escribían en griego y esto fue así, como vimos, hasta fines de la antigüedad. Esta suerte de monopolio de Grecia marcó para siempre a la filosofía.

De todo lo dicho se deduce que el período de la filosofía mal llamado "antiguo" es muy diferente de los otros períodos, como lo serán también los textos filosóficos escritos por entonces. Esta etapa es diferente porque es  la etapa de la invención, de la estructuración, de la filosofía. Después, muchas cosas cambiarán, aparecen las religiones reveladas con sus textos sagrados y se piensa de otra manera. Una libertad total para encarar los problemas fundamentales, esa verdadera obsesión por la argumentación, por la discusión, el papel preponderante del individuo, era inimaginable en otras civilizaciones, en ese tiempo. Eso no quiere decir que la civilización griega haya sido superior a otras; para nada. Fue diferente, y dadas ciertas condiciones histórico-económico-sociales que sólo se dieron en ciudades griegas, a fines del siglo VII surge la filosofía, producto cien por ciento griego.

            Pero...por qué esta manera griega de observar la realidad, el filosofar, resiste el paso del tiempo y, como intentaré demostrar en mi "moraleja", es inesperadamente actual, contemporánea? Yo acabo de hablar del "filosofar", "filosofar" es una actividad. Evidentemente, el filosofar se encuentra concretizado, objetivado, en textos que presentan la filosofía de cada pensador. El filosofar de Platón se encuentra en "la filosofía" de Platón. Y esta filosofía, la de Platón y la de otros, se encuentra en los libros que escribieron, en textos filosóficos, lo cual es válido hasta el día de hoy, y, como dijimos, también en los últimos años, en que se recurre a veces a otros "soportes".

            Y, una vez, "fijadas" en un texto las ideas filosóficas de X, ellas están ahí, para ser analizadas, compartidas, criticadas, etc., pero ellas ya son lo que son, no cambian. Ya Platón había escrito en el Fedro que los libros son  como estatuas, uno les hace preguntas y ellos no responden. Y es por eso que él inventó un género literario que se acercaba lo más posible a un intercambio real entre las ideas, el diálogo filosófico (digo "lo más posible" porque el diálogo es también un texto escrito, también mudo, para utilizar la fórmula de Platón). La ventaja del diálogo es que muestra, si bien a posteriori, cómo fueron surgiendo las ideas, cómo de la discusión surgen las soluciones, cómo el carácter de los personajes influye en el razonamiento etc. Pero el caso de Platón es único. 

            Así y todo, tanto la crítica de Platón, como la solución desesperada que él propone, nos muestran  que para un filósofo griego el texto escrito debía cumplir una misión muy especial, que luego va a diferenciarlo de los textos filosóficos escritos en otros períodos. Esta misión es la siguiente: el texto tiene que ser utilizado como un instrumento, y como todo instrumento, debemos saber utilizarlo. Es por eso que el libro filosófico antiguo necesita eso que los franceses llaman llaman un "mode d'emploi", de la cual nos ocuparemos dentro de unos instantes.

            Demás está decir que esta afirmación sólo se aplica a un texto filosófico griego, que tiene su propia especificidad. Yo hago esta aclaración porque el libro filosófico, con el paso del tiempo, paulatinamente, fue cambiando su estructura. En primer lugar, se fueron transformando en objetos cada vez más autónomos, objetos en sí, ya no instrumentos, que fueron encontrando en ellos mismos su razón de ser, y el lector, que respecto de un texto antiguo era un usuario y que debía convertirse en alguien que dialogaba con el autor, se fue transformando en un personaje curioso, deseoso de saber qué decía Descartes, Kant, Hegel, Heidegger o Derrida. Y como muy a menudo esos libros son difíciles de leer, especialmente los post-modernos, el lector queda satisfecho cuando consigue comprenderlos. Y su vida, la del lector, sigue su curso.

En cambio, un texto verdaderamente filosófico es aquel que cambia la vida del lector, y esta situación ideal era el fin, el objetivo, el desideratum del texto filosófico antiguo, textos breves, escritos con un lenguaje comprensible, precisos, concisos, porque no pretendían ser un fin en sí, sino un instrumento.

Me explico. Dijimos que el texto es un instrumento que debe servir para algo, pero no dijimos para qué. Ahora, con la pequeña diferencia que hemos introducido entre la filosofía y el filosofar, podemos responder que el texto es un instrumento que incita a filosofar, que invita al lector a filosofar. Ésta es la cuestión esencial: el texto invita al lector a compartir el problema que el autor quiso resolver, a la incógnita que lo llevo a filosofar. Hoy, veintisiete siglos después, si sabemos utilizar un texto antiguo, podemos filosofar con su autor, pues seguramente sus problemas son los nuestros, aunque las respuestas que ellos propusieron hayan sido diferentes. Y si somos capaces de compartir esos problemas, de cuestionarnos y de angustiarnos como ellos, se confirma la moraleja de nuestra hipótesis: el filosofar de los filósofos de ese pasado remoto nos resultará extrañamente, inesperadamente actual, como si el tiempo no hubiese transcurrido.

Vuelvo a retomar algo que ya dije. Vimos que en el universo dentro del cual nace la filosofía no hay verdades reveladas, ni dioses creadores, al menos para los filósofos, porque la creación "ex nihilo" es inimaginable para ellos.  La nada no existe, punto, y por eso de la nada, nada sale, ni los dioses. Y otro tanto ocurre con la conducta humana. No hay infierno ni paraíso. Pero como el ser humano necesita certezas, "verdades", para poder vivir, y ellas no son reveladas ni inspiradas, hay que buscarlas, y es así como nace la filosofía, que sólo pudo ser inventada en ese universo que luego fue llamado "pagano".

Y el primer paso del proceso que lleva a descubrir verdades es el asombro, la sorpresa, la estupefacción, la curiosidad. No es un invento mío: estoy citando a Platón, en el Teeteto, y a Aristóteles, en la Metafísica. En una cultura que no pede siquiera imaginar la idea de creación, y que no puede negar que haya cosas, es asombroso, maravilloso que haya una realidad en vez de haber nada. Es asombroso que haya un  ritmo cósmico estable, que haya un ser, el ser humano, que es diferente de otros entes, las cosas, que ni respiran ni se mueven. Quien encuentra que todo esto es "normal", no será nunca filósofo; quien se asombra, puede llegar a serlo.

El asombro conduce a detectar problemas ahí donde una mirada ingenua, inocente, sólo ve algo banal y cotidiano. Quien se asombra no se contenta con fotografiar la realidad; pretende ir más allá, desear radiografiar la naturaleza para ver qué se oculta. No olvidemos que la palabra "verdad", en griego, significa literalmente "des-ocultamientio", "de-velamiento".  La mirada penetrante del filósofo pretende descubrir el fundamento de las cosas, ese sentido oculto que hace que algo sea algo, eso que en griego se llama logos; el logos de algo, en una de sus significaciones, es su fórmula, que permite conocerlo, y como esa estructura no es evidente -ya Heráclito decía que a la physis le gusta ocultarse-, hay que transformar el asombro en un problema a resolver. Y estos problemas se concretizan en una serie de preguntas, qué es esto, qué es aquéllo, por qué ocurre esto. Y cuando el filósofo  encuentra una respuesta para estas preguntas, escribe un texto.

Hemos llegado finalmente al texto, nuestro tema de hoy. Si observamos el proceso que acabo de describir, vemos que el texto filosófico aparece en una cuarta etapa en esta tarea de filosofar. Primero está el asombro, especie de puntapié inicial del filosofar; luego viene el descubrimiento de problemas, es decir, una etapa de problematicidad;  luego, esos problemas se transforman en preguntas, que sería una etapa de cuestionamiento; y finalmente se llega a las respuestas, que se concretan en un texto. Ya se ve a simple vista que esta cuarta etapa es diferente de las tres primeras., ya que ella concretiza, fija ideas, que fueron en su origen emociones y sentimientos, y las concretiza en un objeto material, en un papiro, pergamino o lo que fuere. Este objeto material, el texto,  está condenado a  quedar atrapado dentro de parámetros espacio-temporales. El Fedón de Platón, por ejemplo, fue escrito en Atenas -o sea en un lugar del espacio-, y, en el tiempo,  en el año tercero de la Olimpíada noventa y nueve (no podemos decir en el año 399 antes de Cristo, por razones obvias). Ahí y entonces quedó fijado, y, gracias al trabajo de centenares de copistas y de filólogos que lo fueron restaurando, hoy lo leemos casi casi -con un poco de optimismo, con un noventa y cinco por ciento de posibilidades- tal como quedó fijado en ese momento por Platón.

Las tres etapas precedentes del filosofar, en cambio, el asombro, los problemas y las preguntas, si bien fueron también encarnadas, digamos, por seres humanos, en el caso del Fedón, por Platón, no quedaron fijadas en el tiempo; hasta se puede decir que, en tanto estados de ánimo, estuvieron fuera del tiempo; y por eso podemos compartirlas, miles de años después. También hoy nos asombra y nos indigna que un individuo como Sócrates no haya sido comprendido por sus conciudadanos. Y también hoy asistimos a injusticias cósmicas similares.

Si utilizamos el texto filosófico como un trampolín que nos permite descubrir el asombro que llevó autor a escribirlo, a ver los problemas que él vio, seguramente compartiremos su estado de ánimo. Para esta suerte de confraternidad entre dos espíritus (en nuestro caso, el del filósofo antiguo y el del lector actual), los griegos inventaron la noción de "simpatía", etimológicamente, el hecho de compartir el mismo pathos, término éste que tanto Platón como Aristóteles utilizan para definir el asombro, que es precisamente un estado de ánimo, un pathos.

Volvamos al carácter especial que tiene un texto filosófico antiguo. Hago hincapié en la palabra "filosófico" porque este enfoque no se aplica, evidentemente, a otros textos antiguos. Una poesía griega épica o lírica, una tragedia, un tratado de medicina, son, como un texto actual, autónomos, cuentan guerras o amores, la historia de personajes manipulados por el destino, describen enfermedades o aconsejan regímenes a adoptar, como hoy. Un texto filosófico, en cambio, no era ni es autónomo. Necesita un colaborador, un usuario, alguien que lo utilice, que lo ponga en marcha, que le dé vida.  En este sentido, un texto filosófico debe ser utilizado como un músico utiliza una partitura. En la partitura, que es un objeto material, páginas con notas musicales, está la música, pero está muda, silenciosa, en estado de latencia. La música deviene lo que es, sonidos articulados, melodía, acordes, cuando un intérprete deviene usuario de ese texto material y encarna la música, la hace vivir, y, a pesar del tiempo transcurrido entre el autor, Vivaldi, Mozart, Brahms o Stravinsky, y hoy, el intérprete y, con él, el público, vive/vivimos las mismas emociones que el autor, y ya no somos los mismos después de haber compartido sus sentimientos, sus amores, sus tristezas, sus alegrías.

 

De la misma manera, un texto filosófico deviene filosofía cuando nos hace filosofar, cuando lo utilizamos como un despertador capaz de sacudirnos de nuestra demasiado normal normalidad. Como el músico y su público respecto del compositor,  el lector del texto filosófico comparte el asombro de su autor, los problemas que él quiso resolver, y, si es capaz, hasta puede colaborar con él para encontrar nuevas soluciones, ya que los problemas son los mismos, pero las respuestas son forzosamente efímeras. No temo exagerar si digo que el lector puede sentirse incluso amigo o compinche del filósofo, y no tengo dudas de que si se establece una relación de amistad entre el lector y el autor, las posibilidades de comprender el pensamiento del filósofo en cuestión aumentan considerablemente. Si no es así un texto filosófico no sirve para nada, es sólo un texto muerto que, como decía ya Platón, no dialoga con el lector. 

El texto filosófico "antiguo" supone siempre un diálogo con quien lo lee. En uno de los primeros testimonios de un texto filosófico que han llegado gasta nosotros, el Poema de Parménides, encontramos un diálogo entre una diosa y un joven estudiante, que quiere "saber". El Poema es eminentemente didáctico  y en él, sin lugar a dudas, la diosa es una máscara de Parménides y el oyente una personificación de un lector u oyente eventual. Y otro  tanto ocurre con los dos poemas de Empédocles,  en los cuales el filósofo se dirige a un tal Pausanias, aparentemente un discípulo. Los aforismos de Heráclito, escritos en primera persona y con un estilo que ya los griegos de su tiempo consideraban "oscuro", necesitan la colaboración de un oyente o lector para esclarecerlos y en ese caso, como dirá siglos después Diógenes Laercio, la pretendida oscuridad de Heráclito deviene luminosa.

Ya vimos que Platón hace lo posible por dar vida a sus escritos, que tienen la forma de diálogos, y se sabe que en su juventud también Aristóteles escribió diálogos, que lamentablemente se perdieron. Epicuro presentaba resúmenes de su teoría en Cartas a sus discípulos (a Meneceo, a Herodoto, etc.) y los filósofos cínicos provocaban a los ciudadanos corrientes para invitarlos a dialogar sobre el extraño modo de vida que ellos llevaban.

El caso de los estoicos es ejemplar, ya que tanto el Manual de Epicteto como los Pensamientos de Marco Aurelio son invitaciones a filosofar. Pierre Hadot no dudó en calificarlos de "ejercicios espirituales", o sea, una especie de gimnasia espiritual a partir de textos escritos. El texto filosófico, como dice Marco Aurelio, es una ayuda para saber a qué atenerse en cada circunstancia, y lo compara con el botiquín que todo médico lleva consigo para casos de urgencia. Y finalmente Plotino, ya a mediados del siglo III de nuestra era, escribió sus tratados, breves, como un diálogo con un oyente eventual que le hace preguntas, a las cuáles él contesta. Basta citar un pasaje de su tratado "Sobre lo bello" (I, 6): "Cuando vosotros veis vuestra belleza interna, ¿en qué pensáis? ¿Qué es ese deseo que sentís de entrar en vosotros  mismos y de estar fuera del cuerpo?". Esta estructura textual desaparece luego y sólo se la encuentra esporádicamente en poetas místicos, pero no en textos filosóficos.

Hace unos momentos hablamos de la simpatía que debe establecerse entre el lector de un texto filosófico antiguo y el filósofo que lo escribió. El filósofo francés Gilles Deleuze –yo me inspiro bastante en lo que él dijo- afirmó que la mejor manera de comprender el sentido profundo de un texto filosófico consiste en compartir el problema que el autor quiso resolver. ¿Es posible? Sin duda dice Deleuze Y para demostrarlo utiliza una imagen admirable. Dice que hay que acercarse al autor, al filósofo, como si se tratara de un amigo que parece estar un tanto afligido, y porque es nuestro amigo, podemos preguntarle: "Decíme, ¿cuál es tu problema, ¿Qué problema tenés?".  Una vez que él nos confiese su problema, lo entenderemos mejor y hasta podemos ayudarlo a solucionarlo. Con un texto filosófico debemos hacer lo mismo.

Deleuze no da ejemplos, pero podemos intentar aplicar su receta a Platón. Y elijo Platón porque es un caso extremo, ya que conservamos todo lo que escribió, y entonces parecería que la cuestión del problema que quiso resolver parece superflua. Pero no es así; al contrario. Como se sabe Platón escribió casi treinta diálogos y en ellos está "la filosofía" de Platón. Sí, pero ¿cuál es el hilo conductor, el asombro que lo llevó a escribir y el problema que quiso resolver? No es evidente. En todo caso, al leer cada diálogo tenemos la sensación de que Platón está siempre descontento, ya sea de la estructura social, ya sea de la manera de conocer, ya sea del tipo de valores que sus contemporáneos privilegian. Platón se siente mal en el mundo de entonces. En un dibujo clásico, Quino representa a Mafalda aferrada al globo terráqueo, y, en un momento dado, le hace decir: "¡Paren el mundo, que me quiero bajar!". Siempre pensé que Platón pudo haber escrito esa frase.

Y bien. Apliquemos la receta de Deleuze e imaginemos que Platón está acá para preguntarle: "Decíme Platón, ¿cuál es tu problema?". Y sin lugar a dudas Platón respondería: "Mi problema es la muerte de Sócrates". Eureka, todo se aclara. Platón siempre se asombró de que ciudadanos de la polis más próspera y culta persiguieran y condenaran en toda legalidad a quien hubiese merecido el título de ciudadano ilustre. ¿Cuál es el problema? El ciudadano de entonces está mal educado y no tiene ni idea de los verdaderos valores, y es ello lo que llevo a Platón a encarar una tarea titánica, ético-política, la creación de verdaderos valores, lo cual supone un conocimiento riguroso, etc., todo eso que Uds. saben.

No hay dudas de que hoy hay injusticias cósmicas similares a las que llevaron a Platón a filosofar, y, si somos capaces de seguir su ejemplo, nuestro presente no es el futuro de un filósofo del pasado. En ese caso hipotético viviremos,  el viejo filósofo y nosotros, en un mismo presente compartido.

Vuelvo a mi hipótesis. Lo que es actual es la actividad que los primeros filósofos inventaron, una manera inédita de observar las cosas. Y, como consecuencia de esta mirada, que tiene como punto de partida el asombro, los problemas, etc., escribieron textos, libros. Y hoy llamamos "filosofía" a lo que encontramos en esos libros, por ejemplo, en su Poema, la filosofía de Parménides, en la Física o la Metafísica, la filosofía de Aristóteles. Se trata, evidentemente, de obras monumentales, pero cuando yo pretendo sostener  que la filosofía mal llamada antigua es actual, pienso en la invitación que encontramos en esos textos a ponernos a filosofar, esta actividad que ellos, los griegos, inventaron a partir de cero, y que, en el caso de Sócrates, lo llevó a preferir la muerte a dejar de filosofar. Recordemos que para él vivir bien, como le hace decir Platón en la Apología, es vivir filosofando (philosophounta zên)    

Para comenzar a concluir este trabajo, repito que, cuando yo extraigo como moraleja de la especificidad de un libro filosófico antiguo que la filosofía de entonces es "actual", yo no hablo del carácter actual de los textos filosóficos de entonces. Son textos esenciales, pero es difícil vivir hoy en función de la teoría de las Formas de Platón, o según los consejos de la Ética de Aristóteles. Estas obras nos hacen pensar, y eso está bien, pero debemos utilizarlas como una llave que nos permita entrar en el asombro, en la curiosidad, en la problematicidad que llevó a sus autores a escribirlas.

Y, ahora sí, para finalizar esta larga charla, me permitiré agregar una consecuencia secundaria a mi moraleja. Todos sabemos que es imposible definir la filosofía, ya lo dije al comienzo, y esto es así porque para definir algo hay que circunscribirlo, encerrarlo en un círculo; "definir" consiste en colocar una noción en el interior de límites, "finis", en latín Y esto es imposible en el caso de la filosofía. ¿Por qué? Porque la filosofía se está haciendo en cada instante, y se hace filosofando. Y esto es así porque -y yo espero que no me lanzarán objetos pesados al escuchar esto que diré- esto es así porque hasta podríamos decir la filosofía no existe, que existe el filosofar. Antonio Machado escribió, y Serrat cantó: "caminante, no hay camino, se hace camino al andar". Los filósofos hacen la filosofía filosofando. Y para que este ejemplo no se extinga, tenemos los textos filosóficos que los filósofos griegos  escribieron, que son una invitación, a seguir filosofando, o sea, a seguir caminando... 

                                                                                                              Septiembre 2013